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La urgencia de una intervención global que cambie el modelo social

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ciberbullying modelo sociedad

Este contenido se publicó originalmente en SOM Salut Mental 360º el día 8/3/2022. Puedes ver el original en este enlace.

La presencia en los entornos digitales y el manejo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC) han experimentado un importante desarrollo. Estamos ante un crecimiento exponencial en su uso y consumo. Así, por ejemplo, la utilización de los teléfonos móviles inteligentes se ha disparado en más de un 100 % en el Estado español en la última década. Asimismo, ha crecido el consumo de productos a través de los medios de comunicación social, los videojuegos, las redes sociales, las plataformas de TV, etc.

Debemos añadir también el hecho de que la Covid-19 y las circunstancias que han rodeado la pandemia todavía han generalizado más el uso y el consumo de estos productos, que en algunos ámbitos o momentos se han convertido en la única forma de relación, especialmente en tiempo de confinamiento.

Es evidente que las nuevas tecnologías pueden facilitar en gran medida el acceso a la información, comunicación, relaciones e interacciones entre personas; pero también podemos descubrir una parte oscura. Así, a pesar de la variedad de beneficios que las nuevas tecnologías pueden ofrecer a diario, investigaciones recientes identifican también ese lado oscuro que cada vez se va haciendo más evidente.

Parece claro que las nuevas formas de comunicación dan origen a nuevas formas de violencia, tal y como proclamaba Stefan Zweig, quien en una época convulsa afirmaba que la violencia reaparece en cada época bajo formas distintas, y que hay que reanudar continuamente la lucha en su contra.

Debemos valorar especialmente su impacto en la niñez y la adolescencia, teniendo en cuenta que el acceso al uso de estas tecnologías cada vez tiene lugar a unas edades más precoces. Además, adolescentes y jóvenes son mucho más vulnerables a su influencia.

En este sentido, tal y como señala el Comité de los Derechos del Niño y se recoge en el informe de UNICEF, este entorno digital puede incluir información sesgada, con estereotipos de género, discriminatoria, racista, violenta, pornográfica, de explotación y que usa un discurso de odio y fomenta los prejuicios y la polarización; así como narrativas falsas, información errónea y desinformación, desvirtuando y poniendo en grave riesgo los derechos e incluso la salud mental de niños y jóvenes.

Características del ciberbullying

En este artículo nos referiremos principalmente a una de las manifestaciones de esta violencia en línea: el acoso entre iguales, también conocido con el nombre de «ciberbullying».
Hablamos de ciberbullying cuando un niño o adolescente es molestado, humillado, amenazado o acosado por un niño o adolescente mediante el uso de Internet, del teléfono móvil o de otras tecnologías interactivas y digitales. Cabe indicar que este acoso se da entre iguales, en este caso menores, y es importante distinguirlo de otras prácticas que involucran a adultos.

De la misma manera que ocurre con el bullying presencial, para tipificar una conducta de ciberbullying, es necesario que se den una serie de características:

  1. Repetición de acciones. En el caso del acoso en línea, el hecho de colgar una sola imagen ya lleva implícita esta repetición, ya que está presente cada vez que alguien accede a ella.
  2. Intencionalidad de causar daño a la víctima por parte del perpetrador.
  3. Indefensión de la víctima, que a veces incluso desconoce la existencia de páginas o mensajes que le atacan o que le implican.

El ciberbullying presenta –como otras formas de violencia digital– algunas características concretas, entre las que mencionamos las siguientes:

  • Una sensación de impunidad por parte del agresor relativa a no interpretar los hechos como una manifestación de violencia directa. Esta sensación de impunidad conlleva a menudo la minimización del daño a la víctima (que se justifica mediante mecanismos de desconexión moral). Además, una serie de variables ambientales incrementan esta sensación de impunidad: no hay nadie al lado que lo detenga, no hay que mirar a los ojos a la víctima ni arriesgarse a obtener una respuesta por su parte, la falsa creencia de que no pueden detectarlos.
  • Diseminación y repetición del hecho, dadas las características de la red, que está disponible en todo momento y para todos.
  • Carencia de denuncias por parte de la víctima, que no suele hacerlo por miedo a perder «privilegios de uso» (que los padres le retiren el móvil, que le prohíban conectarse o que le hagan dar de baja sus cuentas en las redes sociales...).
  • Y, especialmente, una carencia absoluta de referentes. ¿Qué es lo que está bien o no en la red? ¿Hasta qué punto una misma conducta se considera una broma divertida o una agresión injustificable? Por poner algún ejemplo, mencionamos un hecho ocurrido en un instituto. Un alumno de 2.º de ESO fue expulsado cinco días del centro por registrar con su móvil una agresión en el patio del instituto y colgarla en la red. Este mismo menor, la noche anterior, estuvo mirando junto a su familia un programa de TV en el que el insulto, la burla, el desprecio y la agresión física eran motivo de broma y de risa. Es la happy violence, la violencia como espectáculo. ¿Es admisible? ¿Es lícito tolerarla? Aparece de forma evidente la influencia de los medios de comunicación como normalizadora de estas conductas.

Acceso a violencias a través de los dispositivos digitales

Aunque no es un fenómeno fácil de cuantificar y los datos pueden oscilar en función de varias variables, según cifras difundidas por UNICEF (2020), alrededor de un 7 % de los estudiantes españoles manifestaba haber sufrido ciberacoso durante los últimos dos meses. Otros estudios obtienen mayores cifras de incidencia.

También se indica que las chicas suelen estar más afectadas que los chicos, y que el porcentaje de niños que manifiestan haber sufrido ciberacoso aumenta al entrar en la adolescencia.

Referente a ésta y a otras formas de violencia, manifestamos datos que son, al menos, preocupantes.

A modo de ejemplo, citamos datos del reciente informe de UNICEF, sobre el impacto de la tecnología en adolescentes. Existe un uso cada vez más precoz del móvil y acceso a contenidos de pornografía en menores:

  • Un 42 % de los menores afirma haber recibido mensajes de contenido sexual.
  • Un 90,8 % se conecta a Internet cada día o casi a diario, pero solo un 29 % tiene control parental.

Sabemos también que han aumentado las conductas de ciberacoso, las apuestas en línea (se estima que más de 70.000 estudiantes de la ESO han apostado dinero a través de Internet en alguna ocasión) y la adicción a los videojuegos –que están diseñados para ser adictivos y se presentan como plataformas en las que paradójicamente se pide jugar con responsabilidad–.

La sobrecomunicación, la sobreinformación… Más de la mitad de los adolescentes (y añadiríamos quizás también de los adultos) no sabe distinguir una información o una noticia cierta de una falsa. Analfabetismo digital o analfabetismo mediático funcional. Incapaces de distinguir la realidad de la ficción. Aquí cabe preguntarse: ¿cómo afrontamos esta violencia? ¿De qué forma somos partícipes de ella? ¿Por qué la toleramos?

La violencia «normalizada» de nuestra sociedad

Los centros escolares pueden verse desbordados en el tratamiento de estos fenómenos. En ocasiones se ponen en marcha programas antibullying que, si se aplican con la implicación de todos los sectores, pueden reducir el ciberacoso.

La prevención es fundamental. En este sentido se insiste en la necesidad de la alfabetización digital y mediática, en la protección en línea, la formación e implicación de las familias, la importancia de la educación emocional.

En ocasiones un uso estricto de los protocolos, acompañado también de un incremento de las denuncias registradas por los cuerpos de policía, pueden llevar a judicializar excesivamente el problema. Es evidente que es necesario aplicar sanciones y no tolerar estas violencias, pero no podemos reducirlas a una dialéctica agresor-víctima. La intervención no puede ser tratada únicamente partiendo de las características individuales o de la personalidad del adolescente, sino que exige el estudio y tratamiento de los aspectos relacionales.

Es imprescindible identificar las causas de la violencia, y es necesario contextualizarla, identificando y abordando los elementos que la generan y sustentan.

Para el filósofo Gianni Vattimo, los grandes responsables son los medios de comunicación y los modelos que transmiten a diario. La televisión y los adultos muestran modelos de comportamiento en los que la agresión funciona bien, y en los que quienes realizan actos violentos obtienen ganancias y beneficios. Además, de estas conductas se hace un espectáculo, forman parte nuclear del entretenimiento, constituyen la happy violence, magnificada por determinados videojuegos en los que se es protagonista y se recompensan estos comportamientos.

Así, concursos de televisión basados ​​en la exclusión de los participantes, programas en los que la burla y el desprecio constituyen un espectáculo, películas en las que se manifiesta sobradamente la furia y la crueldad de los héroes… Una violencia «normalizada» presente en la letra de las canciones, en el marketing y la publicidad, en las presentaciones de determinados espectáculos y productos, en el deporte, en la moda, en la política y en el lenguaje, y en tantos otros ámbitos.

Hay que distinguir entre la violencia subjetiva, observable, visible, y otras formas de violencia –que a menudo naturalizamos o invisibilizamos–. Es fácil quedarnos con la primera, pero debemos intentar no caer víctimas de la disociación. Hay otras violencias que forman parte de un aspecto más estructural, y que aceptamos como inevitables o cotidianas. Que se interiorizan y que insensibilizan.

A menudo se escuchan quejas de que en la escuela y en el instituto los alumnos no se tratan bien entre ellos, se insultan, no respetan al profesorado, etcétera. Pero ¿qué modelos tienen a su alcance?

¿Y cuál es nuestra opción, nuestra elección? Alguien dijo una vez: «Si hay dónde elegir, elegimos la búsqueda de un mundo mejor».

Como afirma Richard Davidson, psicólogo y psiquiatra conocido por su innovador trabajo sobre el estudio de las emociones y el cerebro, «la base de un cerebro sano es la bondad, y la bondad es el punto más elevado de la inteligencia». La bondad se cultiva, de ahí la importancia de la ejemplaridad en el paisaje social, y en esta tarea es necesario el compromiso y la implicación de todos los sectores y la comunidad entera –escuela, familia, instituciones…– en una intervención global que conduzca necesariamente a un cambio de modelo social, a una sociedad más humanizada y más libre.

Carme Escudé Miquel, Jordi Collell Caralt