¿Cómo mantener una relación saludable con nuestros hijos e hijas adolescentes?
Este contenido se publicó originalmente en SOM Salut Mental 360º el día 10/4/2024. Puedes ver el original en este enlace.
La adolescencia es una etapa crucial e imprescindible de la vida humana. Además de ser el periodo en que se suceden todos aquellos cambios físicos y cerebrales para prepararnos para la transición de la infancia a la vida adulta, representa también un gran reto adaptativo. Es la oportunidad de nuestros hijos e hijas para empezar a construirse, tomar consciencia de cómo son, cómo les ven o consideran, qué les gusta y satisface del mundo que les rodea y qué no. Es una etapa en la que irán construyendo su propio criterio, que podrá ir cambiando según las experiencias de éxito y de fracaso.
Desde esta comprensión, ante un adolescente hostil, lleno de rencor, ira y conductas hostiles e incluso agresivas, deberíamos ver a un adolescente sufriendo, con mucho malestar emocional, sensación de falta de apoyo y soledad.
Este puede ser un periodo de estrés y crisis para ellos, pero también para los padres y las madres. Para muchas familias puede resultar también un momento de confusión, de tensión o frustración, donde las estrategias que funcionaban dejan de hacerlo, o se vive con mayor angustia no tener tanto el control sobre los hijos.
Tener una relación saludable en un entorno de confianza
Las neurociencias nos han demostrado que la adolescencia es una ventana muy sensible al cambio, y, por tanto, sigue siendo una gran oportunidad para el aprendizaje. Es por ello que es clave seguir ofreciendo un entorno familiar seguro, estructurado, de confianza e incondicionalidad a un adolescente que se va conociendo mejor, va practicando sus habilidades socioemocionales y se va enfrentando al mundo de forma más autónoma, con momentos de malestar que son necesarios atravesar y de los que puede salir fortalecido.
Los padres y madres deben ir gestionando un equilibrio entre dejar que el adolescente ejerza su autonomía y, a la vez, mantener un marco de supervisión y gestión de límites seguros. Se trata de ir regulando y encontrando esa distancia de seguridad necesaria para que el adolescente vaya adquiriendo sus habilidades de autogestión para la vida. En todo este contexto de cambios y retos los adolescentes necesitan sobre todo dos cosas: apoyo emocional y estímulo.
Una relación saludable es aquella que ofrece un marco de desarrollo en el que se acompaña y se orienta desde la conexión emocional y el apoyo incondicional.
El apoyo emocional, la confianza y la incondicionalidad son siempre claves para una relación saludable con nuestros hijos; es decir, una relación que ofrezca un marco de desarrollo en el que se les acompaña, se les guía y se les orienta desde la conexión emocional y apoyo incondicional; el adolescente debe sentirse reconocido e importante y, a la vez, tenemos que confiar en sus capacidades y habilidades y empujarlo a afrontar retos asumibles.
Esto incluye el establecimiento de límites, como una forma de respeto mutuo: hacia el adolescente, al que se han de poner límites como una forma de protección ante situaciones y retos en para los que todavía no ha desarrollado las habilidades de autogestión y requiere una supervisión externa; y hacia los propios padres, que también han de establecer sus propios límites y respetarse a sí mismos, gestionando su propia disponibilidad, necesidad de autocuidado y tolerancia.
Consejos para conversar con nuestros hijos adolescentes
Conversar con nuestro hijo adolescente es una gran oportunidad de aprendizaje y conocimiento mutuo. Siempre hay que tener en consideración que estamos ante un adulto en construcción, un adolescente con sus retos evolutivos de construcción de su propia identidad, criterio y margen de decisión; con satisfacciones, pero también frustraciones y malestares. Y, como madres y padres, nos tenemos que situar en este rol de guía y acompañamiento en el desarrollo de sus habilidades. ¿Cómo?:
- Desde una actitud de empatía con voluntad real de conectar con las emociones que pueda expresar.
- Tratando de entender y comprender sus puntos de vista, los criterios en que basa sus opiniones o comportamientos.
- En un marco de respeto en el que pueda haber discrepancias o diferencias de opiniones sin querer imponer, juzgar o despreciar.
Todos estos elementos se pueden resumir en un ingrediente básico: la curiosidad (genuina), es decir, mostrar interés real por lo que nos explican con una intención de ponerse en su lugar y poder entender sus emociones, pensamientos, decisiones o reacciones, sin juzgar o dar opiniones o soluciones de entrada.
Es importante que los padres muestren interés real por lo que explican sus hijos adolescentes, intentando ponerse en su lugar y sin juzgarlos.
Pero cuando en la conversación expresan ciertas opiniones o explican conductas o decisiones que consideramos inadecuadas, equivocadas o que implican riesgos es cuando corremos el riesgo de perder esta actitud de curiosidad. Desde la mirada de personas adultas o padres que tenemos que proteger a nuestros hijos, nos invade el miedo, la necesidad de evitarles frustraciones y riesgos. Esta reacción nos puede llevar a mostrarnos críticos, menos empáticos, empezar a dar soluciones, o sermones y presionar para corregirlos. Entramos en modo alerta y reaccionamos desde este miedo, y es cuando interrumpimos o hacemos comentarios tipo: «Pero, ¿qué dices?», «Lo que te pasa es que no sabes que…» o «Si vas haciendo esto, vas acabar…». En este punto es donde corremos el riesgo de que se nos pase la oportunidad de aprendizaje.
La necesidad de los adolescentes es de aprender y, para ello, necesitan:
- Sentirse escuchados, con empatía, y dando importancia a su manera de pensar, aunque difiera de la de los padres.
- Preservar la conexión. Se puede mantener una conversación en la que se compartan puntos de vista y se dé la oportunidad a poder aportar otros puntos de vista, otros comportamientos, sugerencias de otras maneras de actuar para futuras situaciones.
- Estimular el pensamiento crítico desde la aceptación y tolerancia y no desde la crítica. Es importante mantener una calma emocional para que los adolescentes puedan estimular su capacidad de reflexión y de aprendizaje.
¿Y qué podemos hacer cuando nos rechazan?
Es natural que ante estas situaciones nos podemos sentir mal, heridos y perdamos la capacidad de reflexión. Debemos respirar, conectar primero con nosotros mismos, respetar cómo nos sentimos y, si hace falta, abandonar la situación para conectar con lo que estamos sintiendo y evitar actuar si seguimos muy enfadados o disgustados. Podemos decirle: «Mira, prefiero darme un tiempo y cuando vea que puedo continuar con esta conversación te aviso».
Darnos un descanso positivo para recuperar la calma es la mejor manera de preservar la conexión con nuestro hijo o hija adolescente, ya que, si actuamos con una actitud de alerta y ataque, seremos dos mentes sin capacidad de reflexión y corremos el riesgo de seguir una escalada que nos hará sentir peor y desconectarnos. Nosotros somos las personas adultas y debemos dar ejemplo. El aprendizaje es mayoritariamente por imitación, aprenderán mucho más de lo que nos ven hacer que de todo lo que les decimos que hagan. Así es que podemos aprovechar la oportunidad de hacer modelaje en la gestión del conflicto.
A menudo nos invade el miedo cuando nos explican algunas cosas y sentimos la necesidad de evitarlos frustraciones y riesgos. Esta reacción nos puede llevar a mostrarnos críticos, menos empáticos y a empezar a hacerlos sermones.
Si estamos calmados, seremos capaces de validar y reconocer que detrás de esta conducta se esconde un malestar, que podemos haber activado nosotros o no. Es cuando podemos reiniciar la conversación: «Noto que estas enfadado, veo que estas dolido…y no sé si habrá sido algo que te he dicho o hecho, mi intención no era hacerte sentir mal y te pido disculpas si ha sido así», «Realmente me sabe mal si te sientes mal y sabes que puedes contar conmigo cuando quieras hablar de ello», etc.
Debemos recordar en todo momento que nuestros hijos e hijas adolescentes están en una etapa de cambio y de necesidad de construirse para ser personas con habilidades para la vida adulta, con independencia de nuestra protección. Nosotros somos las persones adultas que somos hoy en día porque también hemos sido adolescentes. Esto no significa que no haya que acompañarlos, pero a unos pasos de distancia, para que caminen por su cuenta, tropiecen, se levanten y aprendan de sus experiencias y de sus errores. Si hemos establecido vínculos seguros, tenemos que confiar en que, cuando nos necesiten, nos tendrán.