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La ansiedad en la infancia

5 min

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Ansiedad infantil

Este contenido se publicó originalmente en SOM Salut Mental 360º el día 24/5/2021. Puedes ver el original en este enlace.

En el ámbito de la salud mental infantil y juvenil, uno de los motivos de consulta más habituales está relacionado con la ansiedad, que suele manifestarse en la infancia de diversas formas y expresarse a través de síntomas como nerviosismo, inquietud motora, miedo, angustia por separación, irritabilidad o vergüenza, entre otros.

Sin embargo, la ansiedad es en realidad una respuesta totalmente normal, incluso adaptativa y saludable, que aflora en nosotros de forma involuntaria ante situaciones que percibimos como potencialmente peligrosas o amenazadoras.

Esta respuesta, que tiene dos vertientes, la fisiológica y la psicológica (es decir, la del cuerpo y la de la mente), nos prepara para enfrentarnos al peligro con las máximas garantías o bien para huir tan rápido como sea posible. Se trata de un mecanismo muy primario al servicio de la propia supervivencia que los niños, al igual que los adultos, experimentan con frecuencia y que no debe alarmarnos.

¿Cómo es posible, entonces, que una emoción básica, necesaria y común tenga tan mala prensa y genere tal intranquilidad en los padres y las madres?

Pues bien, ya que hablamos de mecanismos primarios, hay pocas cosas más viscerales y arcaicas que la preocupación de una madre o un padre por sus pequeños. Dicho de otra forma, pocas cosas movilizan tanto a unos padres como ver sufrir a un hijo.

La combinación de estos dos elementos tan primitivos, la reacción instintiva de alerta y la tendencia a proteger a los más pequeños, explica por qué la ansiedad infantil puede llegar a ser más contagiosa que el coronavirus y despertar las más variadas reacciones.

En este artículo hablaremos brevemente de cómo gestionar adecuadamente la ansiedad normal de los niños, justamente para que no acabe convirtiéndose en un problema o trastorno. De la misma forma, daremos algunas claves que nos ayuden a detectar si la ansiedad ha dejado de ser una respuesta adaptativa y requiere otro tipo de soluciones, entre ellas, la intervención profesional.

¿Qué hacer ante la ansiedad infantil?

  1. Mantener la calma en la medida de lo posible. Cuanto más pequeño es el niño, más sensible es a nuestras actitudes y comportamientos. Así pues, le tranquilizaremos más con nuestra manera de hacer y de decir que con las palabras en sí. Recordar que la mayoría de las veces la ansiedad es un fenómeno normal y pasajero nos ayudará a mantener la calma.
  2. En caso de sentir también ansiedad, no ocultarlo. Si estamos angustiados y preocupados y nos resulta imposible mantener la calma, lo mejor es no disimularlo. Los hijos no necesitan unos padres perfectos que nunca se ponen nerviosos, sino unos padres honestos capaces reconocer su angustia y de canalizarla. Si no nos es posible tranquilizarlos mediante una actitud calmada, podemos mostrarles cómo gestionamos una preocupación compartida.
  3. Interesarse por lo que siente No debemos tener miedo de hablar con nuestro hijo, de preguntarle qué le preocupa. Nosotros podemos ayudarle a encontrar las palabras que mejor expresen su angustia o incluso pedirle que se explique a través de imágenes, dibujos u otros modos de expresión plástica. Debemos evitar la tentación de mirar hacia otro lado o de pedirle que piense en otras cosas. Mirar nuestros miedos y hacerles frente es mucho más útil que huir de ellos.
  4. Validar sus emociones La ansiedad es una emoción desagradable, sí, pero no negativa. Por eso nunca hay que decirle que no llore o que no tiene motivos para preocuparse. Por muy banales que nos parezcan, son importantes para él y no debemos quitarles importancia. En cuanto al llanto, es uno de los mecanismos de distensión más poderosos que tenemos como especie y no debemos bloquearlo ni renunciar a él.
  5. Acompañar su malestar Por último, si un niño está angustiado, nada le aliviará más que sentirse comprendido y acompañado. Como toda emoción básica, la ansiedad es muy impermeable a los razonamientos y argumentos lógicos. Es mucho más efectivo permitir que el niño exprese su ansiedad y mostrar una actitud empática y respetuosa cuando lo haga.

¿Cuándo es necesario pedir ayuda?

Como hemos dicho, la ansiedad y sus derivados son por lo general normales en la infancia y no deben preocuparnos en exceso. No obstante, existen situaciones que sí deben alertarnos y que pueden requerir asesoramiento o ayuda externa. Concretamente, debemos prestar atención a las señales siguientes:

  1. Le sucede a menudo. El malestar vehiculiza la mayoría de sus interacciones y se le ve nervioso y agobiado la mayor parte del tiempo.
  2. Le ocurre en muchos sitios distintos. Se muestra nervioso en distintos entornos: en casa, en el colegio, con sus abuelos, en las extraescolares, etc.
  3. Le pasa desde hace tiempo. No es una preocupación o problema pasajero. Es una constante en el día a día del niño.
  4. Cuando le pasa, es muy intenso. La preocupación observada es lo bastante intensa como para condicionar su funcionamiento normal en el día a día. Le afecta en los estudios, en sus relaciones o en sus hábitos y rutinas diarias. Por ejemplo, en sus patrones de sueño o en la alimentación.
  5. No encontramos el modo de resolver su ansiedad por nuestros propios medios Saber esperar y ser pacientes es importante, pero también lo es darnos cuenta de que nos faltan estrategias o conocimientos para resolver un problema y saber pedir ayuda. Si nos encontramos en esta situación y, especialmente, si se dan algunas de las señales expuestas anteriormente, habrá que valorar la posibilidad de consultar con algún profesional especializado en infancia para que nos oriente sobre cómo proceder.

Ansiedad infantil y contexto

Dejo para el final un último elemento importante que es preciso tener en cuenta para poder entender el fenómeno de la ansiedad en su conjunto.

En estos tiempos de pandemia que nos ha tocado vivir, llenos de incertidumbre, de restricciones, de condicionantes en nuestro día a día, de preocupaciones y de pérdidas, lo más natural es que nuestra ansiedad aumente y nos genere malestar.

Los niños, como parte fundamental de la ciudadanía, no son ajenos a esta situación, la conocen mejor de lo que pensamos, se preocupan y reaccionan en la misma medida que los adultos aunque de manera diferente. Ese malestar, congruente con el contexto en que se da, es el resultado de estar conectados a lo que nos rodea, de ser sensibles a la situación y, por tanto, no debe considerarse como algo patológico o preocupante.

Ocurre lo mismo, desgraciadamente, cuando los niños tienen que enfrentarse a situaciones difíciles propias de la vida, como la pérdida de un familiar, la separación de sus padres, problemas económicos u otras situaciones altamente estresantes. En cualquiera de estas circunstancias, conviene no olvidar que los malestares y ansiedades, cuando son congruentes con la situación que estamos viviendo, son respuestas saludables que solo se convertirán en patológicas si no las sabemos gestionar adecuadamente. Aceptarlas con una actitud respetuosa, con un acompañamiento empático y una buena dosis de afecto es la mejor vacuna para que eso no ocurra.

Roger Ballescà Ruiz