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«Los adolescentes necesitan que les pongamos límites para que los puedan cruzar»

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Este contenido se publicó originalmente en SOM Salut Mental 360º el día 20/2/2021. Puedes ver el original en este enlace.

Dr. David Bueno Torrens. Científico y divulgador en neuroeducación. Especialista en genética del desarrollo y neurociencia. Profesor de la Universidad de Barcelona.

Todos nos hemos preguntado alguna vez qué pasa por el cerebro de un adolescente. A pesar de que todos hemos pasado por esta etapa de la vida, a veces se nos olvida todas las dudas e incertidumbres que nos acompañaban en aquella época.

Entender la lógica del comportamiento adolescente es importante para poder acompañarles en esta fase, para saber qué es lo que necesitan de los padres y madres y del propio entorno.

Hablamos de los aspectos biológicos del cerebro adolescente con el Dr. David Bueno Torrens, especialista en genética del desarrollo y neurociencia y divulgador científico.

Desde un punto de vista biológico ¿Qué es la adolescencia?  

«En términos globales, es la etapa en la que las personas dejan atrás la infancia, en la que dependían de todo y para todo de los adultos de referencia. Y pasan a una edad adulta, donde serán personas autónomas e independientes

La adolescencia tiene un inicio 100% biológico. El reloj genético desencadena descargas hormonales. Las más visibles son las que tienen que ver con el cuerpo y la sexualidad, pero, en realidad, afectan a muchas otras partes de nuestro cuerpo, como el cerebro.

Para que tenga lugar la adolescencia, a nivel biológico, los adolescentes deben eliminar aquellas conexiones neuronales que les hacían ser niños y niñas crédulos. Es lo que se conoce como poda neuronal. A la vez, tienen que crear nuevas conexiones neuronales.

Pero no es un proceso sincrónico y esto genera estos altibajos tan típicos de la adolescencia, en los que tan pronto parecen adultos como criaturas».

¿Qué pasa dentro de un cerebro adolescente?

«El cerebro adolescente funciona como cualquier otro cerebro, pero con unas características que lo hacen especial y que está bien conocer. Cuando hablo de cerebro adolescente me gusta hablar de tres zonas:

  • La amígdala: el centro que genera las emociones, que son las reacciones básicas instintivas e impulsivas, claves para sobrevivir. Por tanto, cualquier situación les activa mucho más todas las respuestas emocionales. Biológicamente, es imprescindible que sea así: empiezan a volar solos por primera vez, en un mundo lleno de amenazas, y es imprescindible tener las emociones al máximo porque aún no tienen la experiencia que acumulamos los adultos, ni su protección.
  • La corteza prefrontal: gestiona los comportamientos más complejos, como la planificación, la toma de decisiones o la gestión emocional. Los adolescentes tienen esta zona menos funcional que los adultos o los niños.
  • El estriado: zona que proporciona sensaciones de recompensa y placer en aquello que hacemos. Los y las adolescentes descubren que son capaces de activarlo a voluntad. Por ello, buscan hacer actividades que les estimule esta sensación y que puede ser desde estar con las amistades a hacer actividades de riesgo extremo que los ponga a prueba».

Fomentar que los y las adolescentes confíen en sí mismos

¿Y qué rol jugamos los padres y madres en medio de tanta biología?

«Es una etapa que, en general, a los padres y madres nos da miedo, pero es una etapa inevitable y muy sana. Y nuestro papel es clave.

Los adolescentes se cuestionan todo aquello que han aprendido durante la infancia para valorar si aquello les conviene también a ellos y ellas cuando sean personas adultas. ¿Y, cómo se lo cuestionan? Pues viendo el límite y mirando qué hay a otro lado. Necesitan que les pongamos límites para que los puedan cruzar».

¿Qué quiere decir cruzar el límite?

«Como padres y madres, debemos hacerles entender que hay actos peligrosos en los que pueden hacerse daño y que hay males irrevocables. Debemos ayudarles a asumir las consecuencias de las decisiones que toman, desde un acompañamiento y un cuidado no sobreprotector.

Pero también hay que tener en cuenta qué adolescente tenemos delante. A los que son más lanzados y lanzadas, tenemos que vigilar mucho para que no se hagan daño. Si son más introvertidos, quizás el primer día que se saltan el límite tendremos que felicitarles (sin que se den mucha cuenta) porque es bueno para ejercitar su parte crítica.

Hay que transmitir, sobre todo, confianza con un gesto tan básico como una sonrisa. Deben confiar en sí mismos. La única forma es que tú, como adulto, también confíes.

La emoción básica para establecer una relación sana es la alegría, que no significa estar siempre contentos sino vivir de manera relajada, con una mirada viva, optimista, que es la que transmite esta confianza. Y esto viene determinado, en buena parte, por la relación creada durante todos los años previos».

Así que hay que llegar a la adolescencia con parte de los deberes hechos.

«¡Por supuesto! El trabajo de verdad empieza en la primera infancia: los primeros 3 o 4 años de vida les marcan más que todos los años siguientes hasta llegar a la adolescencia.

Distinguimos dos tipos de parentalidad:

  • Parentalidad negativa, con poca calidez de los adultos de referencia, poco apoyo a los hijos e hijas, o situaciones extremas como abandono u odio hacia ellos.
  • Parentalidad positiva, en la que los niños y niñas sienten el apoyo emocional y la protección adulta y hay coherencia entre las amonestaciones y las recompensas. Pero, cuidado en no ir al extremo hiperprotector, que tampoco ayuda a madurar. Los niños deben experimentar, caerse, pelarse las rodillas, pincharse con las zarzas... Es la única manera que tienen de aprender. Y gestionar el dolor es un aprendizaje que hay que hacer en la vida.

En general, a los niños y niñas que han vivido una parentalidad negativa les cuesta más encontrar motivaciones cuando llegan a la adolescencia. Tienen menos curiosidad y hay más predisposición a la depresión, por ejemplo. Hay que decir, en cualquier caso, que todo es reconducible y mejorable. Es solo que, cuanto más mayores, más cuesta reconducir. Y también hay que asumir que no tenemos nunca la garantía de que se pueda reconducir al 100%».

Una etapa marcada por la biología y la cultura

Mencionaba que el inicio de la adolescencia es biológico. ¿Se puede situar en una franja de edad concreta?

«La adolescencia se inicia, generalmente, entre los 11 y los 13 años, más o menos cuando dan el paso a los estudios de secundaria. En las niñas empieza antes, pero, como media, estamos hablando de esta franja de edad. 

Otra cosa es que socialmente imiten comportamientos adolescentes en edades más tempranas. En este caso, si es muy exagerado o implica unos comportamientos realmente atípicos para la edad que tienen, es necesario reconducirlo. Pero hay que tener en cuenta que aprendemos por imitación, así que tampoco sería tan grave».

¿Y cuándo podemos darla por acabada?

«El final de la adolescencia es una mezcla entre biología y cultura. Es necesario que el cerebro haya madurado, que haya dejado atrás los comportamientos infantiles y haya desarrollado los comportamientos de una persona autónoma, capaz de decidir, de afrontar errores, etc.

Esta parte de maduración la podemos situar sobre los 18 años, como media, pese a que hay mucha variabilidad. Pero influye mucho el aspecto cultural. No sólo ha de madurar el cerebro sino las conductas asociadas a la edad adulta.

Hay estudios que demuestran que los adolescentes sólo dejan de comportarse como tales cuando su entorno les reconoce como iguales en derechos y obligaciones.

¡Esto es muy difícil! Porque los tenemos en un instituto donde deben hacer caso a los profesores. O, incluso, en la universidad, donde a veces se les trata aún como si no fueran adultos.

O las familias, que tienen aquí un papel clave y muy difícil. ¿Cómo dar realmente derechos y obligaciones a un hijo o hija que sigue viviendo en casa? Si la convivencia se gestiona bien, no ha de ser un problema. La dificultad llega cuando los padres y madres quieren seguir siendo los únicos adultos en casa, imponiendo de manera unilateral las normas de siempre y no dejando comportarse como adultos a los hijos e hijas».

¿Nos conviene conectar más con el adolescente que un día fuimos?

«Seguro. Conceptualmente los y las adolescentes de hoy hacen lo mismo que han hecho siempre, lo que cambia es el contexto. Y recordamos poco cuando nosotros éramos adolescentes y las dudas e incertidumbres que teníamos.

Consideramos que todo lo que hicimos estaba encaminado a ser lo que somos ahora, como si hubiéramos tenido un objetivo vital clarísimo y un camino lineal. Esto no es cierto. Poquísima gente, y menos en la adolescencia, tiene un objetivo vital claro.

El prejuicio sobre la adolescencia es eterno. Hay textos atribuidos a Aristóteles en los que ya se dice que las nuevas generaciones son peores que las de antes. Si esto fuera cierto, ya no existiríamos como especie».

Si hablamos de salud mental, ¿Qué papel juega la predisposición genética y cual el entorno?

«Los genes influyen. De los 20.300 genes de nuestro genoma, tenemos unos 8.000 que, en algún momento u otro, actúan dentro del cerebro y, por tanto, están contribuyendo a que funcione como funciona.

Estos genes de actuación cerebral predisponen a un tipo de comportamiento u otro, pero no son deterministas. Estas predisposiciones, conocidas como heretabilidad, pueden variar entre un 30 y un 70%. Si cogemos un 50% de media, no quiere decir que la mitad de ese carácter no se pueda tocar.

El ambiente externo hace que todas estas características genéticas se potencien o se mutilen. Por tanto, el peso del entorno siempre es más grande que la genética, independientemente de los porcentajes.

Si una persona tiene mucha predisposición a la resiliencia, pero el entorno lo machaca constantemente, de poco le servirá. Si hay una predisposición genética a la depresión, pero tiene un apoyo positivo del entorno, la probabilidad de que ésta de desarrolle disminuirá mucho».

¿Cómo definirías la salud mental?

«Creo que es la sensación de estar suficientemente a gusto contigo mismo, con lo que haces y con el entorno en el que estás. No significa sentirte siempre feliz pero cuando no lo eres, saber qué es lo que tienes que cambiar en ti mismo o en tu entorno, o cómo puedes adaptarte para recuperar a calma.

Si hablamos de trastornos biológicos, se debe actuar sobre la biología. Pero si es un trastorno de comportamiento, de entorno, se debe actuar sobre este.

Por poner un ejemplo, la hiperactividad. Se dice que la hiperactividad fue favorecida por la selección natural durante el Paleolítico, cuando éramos cazadores y recolectores y, los que eran más activos sobrevivían mejor.

Pero, hoy en día, molesta. ¿Por qué nos molesta tanto que un niño o un joven sea movido? Quizás el problema no es de él sino de un sistema que nos obliga a estar cinco horas sentados sin movernos dentro de un aula. ¿Y si favorecemos que se puedan mover más? Pues, probablemente, tendríamos chavales más felices, en un entorno más feliz y una mejor salud mental».

Diana Casellas Paulí