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«Para tener comunidades resilientes necesitamos contar con los agentes socioeducativos»

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Este contenido se publicó originalmente en SOM Salut Mental 360º el día 30/11/2023. Puedes ver el original en este enlace.

Dra. Carme Montserrat Boada, catedrática de Psicología Social e investigadora en infancia, juventud y comunidad

Carme Montserrat Boada es catedrática de Psicología Social en la Universitat de Girona y, además, es maestra y pedagoga. En este centro universitario, donde es investigadora y docente desde hace más de 20 años, lidera el grupo de investigación Liberi (Grupo de Investigación en Infancia, Juventud y Comunidad), en el cual dirige el proyecto “Niños, jóvenes y comunidades resilientes: identificación y análisis de prácticas sociales y educativas desde una perspectiva multidimensional e interseccional para hacer frente a la pandemia. A partir de la identificación y análisis de las prácticas resilientes surgidas durante el estado de alarma de la covid, han elaborado una guía de evaluación que proporciona a los diferentes agentes socioeducativos de la comunidad medidas de evaluación y promoción de procesos de resiliencia comunitaria en situaciones de adversidad.

En esta conversación hablamos con ella sobre los resultados de su investigación para promover comunidades resilientes que, más allá de las habilidades de gestión socioemocional individuales, nos permitan afrontar mejor las adversidades y dificultades, especialmente de la población más joven. 

¿Cómo define la resiliencia comunitaria? ¿Cómo de importante es para la generación actual de adolescentes y jóvenes?

«El término de resiliencia tiene muchas definiciones y enfoques distintos. Normalmente se conoce la resiliencia desde una perspectiva más individual, de cómo el individuo es capaz de superar situaciones adversas y que no le dejen daños a medio o largo plazo, pero el concepto de resiliencia comunitaria va más allá de la cuestión individual. Nosotros hablamos de comunidades resilientes como aquellas que son capaces de disponer, de desarrollar o de implicar distintos recursos, no solo personales, sino también del contexto social y comunitario que sean útiles para afrontar situaciones y ambientes que están muy caracterizados por la adversidad o la dificultad. Por ejemplo, el caso de la pandemia fue claro. Por lo tanto, se trata de movilizar no solo recursos personales sino también recursos que estén en el contexto social y comunitario».

En el marco del proyecto que dirige Niños, jóvenes y comunidades resilientes: identificación y análisis de prácticas sociales y educativas desde una perspectiva multidimensional e interseccional para hacer frente a la pandemia han elaborado una guía donde proponen a los diferentes agentes socioeducativos de la comunidad medidas de evaluación y promoción de procesos de resiliencia comunitaria en situaciones de adversidad. ¿En qué consiste esta guía? ¿Qué medidas destacan?

«Esta guía es el producto final del proceso de investigación de proyectos y prácticas que durante la pandemia podíamos caracterizar como prácticas resilientes desde la perspectiva de la resiliencia comunitaria. Se recogieron datos cuantitativos y cualitativos de niños y niñas, jóvenes, profesionales, entidades y administraciones que durante el covid habían llevado a cabo estos proyectos o prácticas. Con todo esto se elaboró un modelo de análisis de prácticas resilientes con el objetivo de ayudar a fomentar la creación de proyectos, prácticas o programas de promoción de la resiliencia comunitaria o de análisis de programas existentes para ver si se está promoviendo esta resiliencia. Este modelo es una guía práctica en formato lista de verificación que tiene 20 indicadores englobados en tres grandes dimensiones: el acompañamiento y la personalización, la dimensión de la acción colectiva – capital social y la dimensión de comunicación.


En la dimensión de acompañamiento y personalización existen 9 indicadores que tienen que ver con: si el programa contempla el apoyo emocional desde la familia o las amistades– durante la pandemia los niños y niñas sobre todo valoraron haber recibido apoyo emocional y los que no lo recibieron les hubiera gustado recibir este apoyo emocional—; si el programa tiene espacios de apoyo, orientación y guía para que se fomenten distintos de apoyo, a parte del emocional, el social o el instrumental; si el programa está en favor de fomentar la equidad; si contempla espacios para la interacción social –muy enfatizados también durante la pandemia —; si existen acciones para fomentar itinerarios personales que tengan que ver con el aprendizaje pero que sean flexibles y que estén conectados con el contexto; favorece y reconoce la diversidad; favorece la reflexión sobre el propio aprendizaje; identifica cuáles son los intereses y las necesitades de las personas que van a formar parte de este programa y, finalmente, si se fomenta la participación activa.


En la dimensión de acción colectiva y capital social hablamos de la existencia de alianzas, trabajo en red, coordinación de servicios, proyectos colectivos, redes de apoyo y de ayuda mutua, cultura participativa, el acceso y uso a recursos, equipamientos y servicios, cómo se activa la red asociativa o cuáles son los roles facilitadores de liderazgos.  
En la dimensión de acciones de comunicación hablamos sobre si la comunicación llega a todos y con diversidad de vías de comunicación – durante el covid había canales de información online pero cómo llegaba a personas sin acceso a internet—; cómo de adaptables y accesibles son estos apoyos comunicativos; si la comunicación contribuye a generar colaboración y, finalmente, la agilidad, la fluidez y el feedback de esta información».

Del estudio se desprende que los jóvenes que estaban vinculados a entidades de ocio y actividades culturales y deportivas antes del confinamiento, estas supusieron un apoyo emocional importante durante este periodo. ¿Qué peso tienen estas entidades como agentes educativos? 

«Hay que tenerlos en cuenta, sobre todo porque cuando vemos que vienen estas situaciones de adversidad y a muchos niños y niñas la escuela les desapareció, les quedó el hecho de pertenecer a una red asociativa o el hecho de poder disfrutar ya previamente de actividades deportivas o culturales, entre otras, fuera del entorno escolar que en aquel momento tuvo muchísima importancia. Es importante la existencia de estas vinculaciones previas porque si las tienes que construir en el momento de la adversidad es mucho más difícil que si ya las tienes y puedes recurrir a ellas».

¿Cuál es el rol del mundo socioeducativo, tanto la educación formal como informal, para contribuir a generar la resiliencia de los adolescentes y jóvenes?

«Es importante entender, de entrada, este concepto más amplio de la educación, que no solo se ciñe en el ámbito escolar. Todos estos espacios socioeducativos pueden ser una fuente de aprendizaje, de vinculación y de apoyo económico, instrumental y social igual de importante que el marco escolar. Entonces, la existencia y la vinculación con estos espacios va a tener muchísimo peso. En algunos niños o niñas puede tener un peso complementario al que tiene la escuela y en otros, al revés, en épocas de su vida va a tener un peso más importante incluso que el que pueda tener el centro escolar».

Los agentes socioeducativos son un apoyo fundamental para adolescentes y jóvenes

¿Qué rol tiene la familia para las comunidades resilientes?

«Durante la pandemia la familia tuvo un papel importantísimo, y los niños así lo reconocen. Cuando se les daba un listado de qué personas les habían ayudado más durante la pandemia, la familia y, en especial, la madre estaba en primer lugar. Sin embargo, no todos los niños tuvieron este apoyo familiar. Muchos niños se quedaron básicamente con el apoyo de la familia. Sobre todo, los primeros momentos del confinamiento porque la escuela y las entidades no sabían aun cómo actuar o cómo podían llegar a los niños y niñas o a los jóvenes, la familia estaba ahí y era la fuente de apoyo emocional, instrumental o informacional. Pero había niños que no tenían este apoyo, porque igual los padres trabajaban todo el día fuera de casa y hubo niños que se sintieron muy solos. Cuando, por las circunstancias que sea, la familia no da este apoyo, muchas veces los servicios socioeducativos tienen un papel principal».
 

Una de las conclusiones de la investigación es que durante el confinamiento no se tuvo nada, o muy poco, en cuenta la opinión de los adolescentes y jóvenes. ¿Qué importancia tiene para su bienestar contar con su voz y hacerlos participar?

«Si no contamos con su voz, no sabemos cómo contribuir a su bienestar. Es decir, no podemos entender qué es lo que puede contribuir a ese bienestar si ellos no nos lo dicen, de manera que difícilmente vamos a contribuir de verdad a su bienestar. Por lo tanto, es importantísimo contar con su participación, con su voz, con su opinión, por supuesto».

Si no contamos con la voz de los adolescentes y jóvenes, no sabemos cómo contribuir a su bienestar.

¿Cuáles son algunos casos de éxito o medidas eficientes para una comunidad más resilientes?

Conocimos muchísimas experiencias muy interesantes y variadas, algunas estuvieron solo durante el covid y luego desaparecieron y otras se han transformado y han continuado. Había experiencias del ámbito escolar, otras centrades el marco de actividades de tiempo libre, de esplais o de centros abiertos e incluso de inclusión de personas con discapacidad.

Un ejemplo de experiencias es la creación de una radio que implicaba a docentes de primaria, de secundaria y al alumnado y era una herramienta muy participativa y de comunicación importante durante la pandemia, otros son recursos pensados para personas con discapacidad u orientados a población LGTBI, que durante la pandemia fueron los grandes olvidados.  

Gisela Gómez Casanovas