«Ocuparse de los adolescentes es educar miradas»
Este contenido se publicó originalmente en SOM Salut Mental 360º el día 23/2/2021. Puedes ver el original en este enlace.
Seguimos explorando la adolescencia o las adolescencias, como le gusta decir al psicólogo, educador y periodista Jaume Funes Artiaga.
Una etapa clave en la que los estresores tienen un especial impacto en la salud mental. Con un fuerte componente divulgativo, Funes recogió el conocimiento acumulado sobre el mundo de los adolescentes y sus dificultades sociales en el libro “Educar en la adolescencia. 9 Ideas clave” (2010).
Con él, intentamos entender un poco mejor la relación entre los adolescentes y los adultos en un momento de pandemia especialmente estresante para los más jóvenes.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de adolescencia?
«En realidad, es una construcción social: cuatro, cinco o seis primaveras de la vida. Pero la desigualdad social puede hacer que se viva de una manera o de otra. Y también afecta al adolescente, cómo acaba viviendo y cómo entiende su propia adolescencia, qué espera obtener y qué no».
A usted le gusta usar el plural y habla siempre de adolescencias.
«Sí, porque hay muchas maneras de ser adolescente y, en la medida en la que una sociedad acepta que la adolescencia puede ser de diferentes formas, también acepta maneras de ser o de vivir diferentes. En realidad, la lucha porque la escuela sea diversa es la lucha para que los adolescentes puedan convivir con dichas adolescencias diversas».
A veces, a los adultos nos preocupa saber qué entra dentro de una adolescencia «normal» y qué debería alertarnos de que algo no funciona. ¿Qué les diría a estos adultos preocupados?
«Ocuparse de los adolescentes es educar miradas. Entre estas reflexiones sobre qué nos debería preocupar desde el punto de vista del bienestar o el malestar, de vivencias saludables o no saludables, de la propia condición mental que puede tener un chico o una chica adolescente, hay dos extremos que lo mezclan todo:
- Por un lado, está ese grupo reducido de adolescentes que sufre mucho y hace sufrir. Y el gran problema aquí es cómo ayudarlos. Pero este universo real de adolescentes que «la lían» de manera grave y que tienen una colección de adultos desesperados y desconcertados es como una nube negra que provoca que el resto de adolescentes sean vistos a veces de la misma forma.
- En el otro extremo están las impotencias adultas. ¿Qué es normal y qué no? Pues aquello que los adultos soporten.
Entre estos dos extremos se encuentra la inmensa mayoría de las adolescencias, que siempre tienen un punto de locura y de desconcierto respecto a los adultos y los adultos respecto a ellas.
Sería absurdo pretender que la vida de un adulto en compañía de un adolescente fuera siempre un remanso de paz.
Hay un componente de conflicto porque los y las adolescentes ponen en crisis el mundo adulto, luchando permanentemente en contra. Incluso llegan a plantearse la idea de que no quieren vivir la vida que los padres les dicen que deben vivir. Pero todo educador (padre, madre, profesor...) debe fomentar el pensamiento razonable de imaginar que acabará bien. Y que es sano ir viviendo la vida a pesar de todo.
A veces, los adultos no somos capaces ni de mirarlos. Y, a veces, recuperamos la mirada positiva. En la proporción entre unas miradas y otras, deberían percibir que no todas son de conflicto o de angustia, sino que también hay ganas de descubrir, hay curiosidad».
¿Cree que estamos dando una buena respuesta a este grupo de adolescentes que necesita más ayuda?
«Si hay una crisis grave en el sistema de atención de la salud mental, es con los adolescentes, porque buena parte de nuestras formas de responder a su problemática no encaja con lo que están pasando o lo que están viviendo.
El padre o la madre tienen la obligación de angustiarse, pero también de tener una visión poliédrica y de ver más allá de aquello que les preocupa. Hacer el esfuerzo de entender por qué su hijo o hija se ríe o por qué llora.
Un profesional del mundo educativo tiene la obligación de entender el conjunto de la vida de un adolescente y situar ahí el deseo de aprender. No puede pretender enseñarle tan solo el sistema de ecuaciones o los pronombres, sino asumir que está motivando a un adolescente para que tenga ganas de seguir preguntándose por qué ocurren las cosas. No puede decir «a mí no me importa lo que le pasa fuera del colegio». Porque ¿qué es fuera y qué es dentro? ¿Dónde acaba una cosa y empieza la otra?
Y un profesional del sistema de salud mental debe tener una visión que renuncie a hacer un listado de síntomas. Debería estar prohibido aplicar protocolos en las entrevistas con adolescentes. Si estás hablando con un adolescente que de entrada niega que le pase algo, que seguramente haya venido a la consulta obligado por alguna otra circunstancia y que es obvio que no está bien, este debe percibir una mirada de interés por su persona y tu interés en descubrir con él lo que le está ocurriendo. Si, en vez de eso, tan solo percibe un interés diagnóstico, como profesional lo tendrás difícil para que vuelva en la próxima visita».
¿Qué es para usted la salud mental?
«En el libro “Quiéreme cuando menos me lo merezca... porque es cuando más lo necesito” planteo 8 ideas que relaciono con el equilibrio emocional:
- Ayudarlos en el autoconocimiento. Una persona equilibrada puede responder a la pregunta fundamental de «¿qué me pasa?».
- Gestionar las emociones, los sentimientos y el afecto. Especialmente en momentos de pandemia, deberíamos preocuparnos más porque tengan tiempo para que alguien les ayude a discriminar sentimientos y vivencias que por el currículum que no han enviado.
- Tener ganas de descubrir la vida.
- Saber gestionar las frustraciones. A medida que aumentan los deseos, se generan más frustraciones que hay que ir situando.
- Aclarar el malestar, tener alguna explicación de la salud mental, porque si no acabaremos con una generación drogada a base de psicofármacos. Siempre tienen un remedio químico para su malestar y, a veces, es necesario vivir el dolor.
- Seguir encontrando explicaciones para la vida. Crecer sin argumentos para vivir, aparte de tener dinero y triunfar, es terrible. Los adultos también nos volvemos locos cuando no encontramos una razón por la que vivir.
- Seguir creando proyectos. Encontrar argumentos que den sentido al hecho de vivir y sentir que la vida no está totalmente planificada, prevista y descubierta.
- Que otras personas ocupen un lugar en nuestra forma de ser y de vivir. Uno no está sano si no necesita a los demás para vivir. Una parte de la salud mental es la convivencia, que otros ocupen un lugar en nuestra vida, porque las vidas egoístas no son saludables».
¿Qué podríamos hacer para mejorar la atención en la salud mental de los y las jóvenes?
«Para empezar, habría que situar a los profesionales de la salud mental en el entorno de referencia para los jóvenes (en las escuelas, institutos, espacios jóvenes en centros cívicos etc.) para poder ser reconocidos como un recurso útil en la vida de los adolescentes. Y, en segundo lugar, aplicar una mirada no diagnóstica, que seduzca al joven para poder descubrir junto a él la forma de ayudarlo, en lugar de obsesionarse en diagnosticar los trastornos.
Poner etiquetas no ayuda a entender la complejidad. Pero es más fácil definir el problema con una etiqueta, dar una respuesta y construir un recurso. Después todo es inútil: el recurso está vacío, la respuesta no tiene nada que ver con el problema y el problema ya ha cambiado. Primero vemos problemas, luego, adolescentes».
¿Cómo cree que afectará la pandemia a los y las adolescentes?
«Creo que cometemos el error de imaginar cómo será lo que desconocemos y, muchas veces, hacemos deducciones adultas en función de la historia profesional o fijándonos en situaciones similares acaecidas en el pasado. En realidad, no sabemos qué pasará.
Los adolescentes son bastante más flexibles y normalmente se las arreglan mejor que los adultos para salir adelante. Somos nosotros los que creamos problemas donde no los hay.
Imaginamos cosas que no siempre suceden. Y no nos detenemos a hacer lo fundamental, como, por ejemplo, mirarlos y preguntar qué necesitan. Detengámonos a pensar de qué les estamos privando. Detengámonos a pensar como les afecta eso de lo que les estamos privando. No debemos olvidar que nosotros también hemos sido adolescentes.
Probablemente el adulto también está muy desconcertado en estos tiempos de pandemia. Sin saber qué se podrá hacer mañana, sin aquello que a veces le hacía más feliz. Pero debemos reivindicar que todas las personas adultas puedan detenerse a pensar cómo se sienten para poder pensar en cómo se siente el adolescente.
Todos los adolescentes necesitan besos, pero pobre de ti, como padre o madre, que intentes dárselos. Tienes que demostrar que estás a su lado, pero sin invadir su espacio. Esta geometría variable es la que desespera a los adultos muchas veces».
Fotografía: Carlos Gurpegui