«La gestión emocional se complica cuando nos relacionamos con miles de personas»
Este contenido se publicó originalmente en SOM Salut Mental 360º el día 23/10/2023. Puedes ver el original en este enlace.
Enric Bastardas se define como comunicador, ilusionador y provocador, toda una declaración de intenciones de lo que son sus formaciones, talleres y charlas, que muy probablemente no dejan indiferentes a sus asistentes.
«Quiero compartir y transmitir conocimiento con pasión para transformar la sociedad y que cada uno de nosotros pueda encontrar su lugar en el mundo». Este propósito, romántico y necesario a partes iguales, lo motivó a dejar su carrera de economista en la banca para formarse en ámbitos y conocimientos diversos pero relacionados, como la programación neurolingüística, el neuromárketing, las redes sociales y la bioneuroemoción, entre otros.
La gestión emocional en el entorno digital es uno de los temas a los que últimamente dedica sus charlas y talleres, en los que resalta la importancia de trasladar todo el conocimiento sobre la inteligencia emocional a las particularidades del ámbito digital, trabajando aspectos como la autoestima, la gestión de la frustración y de la no inmediatez o la ansiedad que nos provoca no estar conectados por si nos perdemos algo.
En esta conversación hablamos con él de la gestión de las emociones y de la capacidad de enfrentarnos a las dificultades vitales, pero sobretodo de la necesidad de acompañar a nuestros niños y adolescentes emocionalmente en un entorno digital que a veces nos parece tan ajeno.
¿Por qué es importante aprender a convivir con nuestras emociones?
«Primero, porque las tenemos y no las podemos obviar, forman parte de nuestro día a día y, además, nos dan una información vital de cómo nos relacionamos con el entorno, con las cosas que pasan y con las que pensamos que nos pueden pasar, pero también con las que recordamos. ¿Por qué es importante que nos llevemos bien con ellas? Porque nos dan mucha información. Y si somos capaces de reconocerlas y de gestionarlas bien, viviremos mucho mejor que si les damos la espalda, si no las reconocemos. Lo que nos están diciendo las emociones es «escucha, te está pasando algo», y nuestro cerebro inconsciente nos está diciendo «esto que te está pasando te enfada, por lo tanto, este enfado que sientes es por algo que está pasando». Y si no le hacemos caso, es probable que vuelva a pasar.
Así pues, atiende a la emoción, que te está dando una información importante, y gestiónala lo mejor posible para que, cuando te vuelvas a encontrar en una situación parecida, o se transforme la emoción o, si vuelve a salir, digas «eh, que s’está repitiendo lo mismo». Lo que pasa menudo es que, como no nos han enseñado demasiado a gestionar las emociones, vamos haciendo, vamos trampeando».
¿Y cómo se enseña a gestionar las emociones? ¿Cómo podemos aprender a hacerlo?
«Hay muchas maneras de hacerlo, pero si nos fijamos en la definición de inteligencia emocional clásica, la de Daniel Goleman de lo años 90, él se basó en la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, de los años 80, y cogió dos de estas inteligencias, la interpersonal y la intrapersonal, las agrupó y lo llamó inteligencia emocional. Y trabaja con cinco aspectos: dos interpersonales y tres intrapersonales, es decir, las relaciones con los demás y las relaciones con un mismo. Y normalmente se empieza con la relación con un mismo, la inteligencia intrapersonal, en la que los tres aspectos principales son: la autoconciencia, la autoregulación y la automotivación.
Antes nada, pues, la autoconciencia, conocer qué son las emociones y saber qué emoción estamos sintiendo, cómo nos sentimos. Pero en todos los niveles, también en el cognitivo, lingüístico o descriptivo, porque a veces tenemos tan poco lenguaje emocional, que nos cuesta sentir las emociones. Si no ponemos palabras, a veces sentimos, pero no sabemos lo que sentimos. Por eso, es tan importante, cuando somos pequeños, poner palabras a las emociones: «¿Cómo te sientes? Bien, mal». Pero hay mucha gente que todavía continúa arrastrando como respuesta el «bien» y el «mal» con cincuenta años. ¿Me puedes dar algo más de información? ¿Qué quiere decir bien? ¿Estás contento, está triste, estás enfadado?».
Una vez has reconocido la emoción, los segundo es la autoregulación, la autogestión o el autocontrol. Es decir, ¿qué puedo hacer para gestionarla lo mejor posible?: ¿Es la emoción adecuada para esta situación? ¿Es la intensidad adecuada? ¿La estoy mostrando de manera adecuada? Por ejemplo, ¿me estoy enfadando bien, sin romper nada, sin autolesionarme...?
Si hablamos de automotivación, la inteligencia emocional también nos ayuda a motivarnos solos, a levantarnos de la cama y pensar «Hoy merece la pena, salgo adelante», sin necesidad de que nadie me tenga que motivar.
Por lo que se refiere a la rama interpersonal, está la empatía, es decir, ser capaz de reconocer estas emociones en otra persona y comportarme en base a esto, y también las habilidades sociales: la comunicación asertiva, la comunicación no verbal, saber interpretar la gesticulación de las personas, la comunicación no violenta...
Y en base a todo esto, podemos trabajar la inteligencia emocional».
Pero aún así, nos suele costar ponerlo en práctica...
«Claro, ponerlo en práctica no es tan sencillo, porque la gestión emocional no deja de ser un hábito: «esto lo hago así porque lo he hecho así toda la vida». Y si no tengo la voluntad de cambiarlo, puedo saber la teoría, pero seguiré repitiendo patrones emocionales. Por eso tiene que haber esta autoconciencia, el control.. Lo que está claro es que, si no haces nada, toda la vida seguirás gestionando las emociones del mismo modo que seguramente has aprendido de manera bastante inconsciente, cuando eras pequeño o pequeña, que es cuando te llegan los ímputs más importantes».
«Algunas personas usan mecanismos poco saludables como respuesta a una situación a la que no saben enfrentarse de otro modo, con autolesiones, abuso de sustancias, trastornos alimentarios, etc... ¿Qué importancia tiene aquí la gestión de las emociones?»
«Creo que parte de la responsabilidad que tenemos las personas adultas es transmitir este conocimiento para que los niños, niñas y adolescentes tengan las herramientas suficientes para gestionar las emociones de la mejor manera posible, pero no desde este juicio que hacemos a veces de «bien» o «mal». Si hay alguien que ante una situación tiene un comportamiento que le daña a si mismo o al prójimo, está pasando algo. Y lo que sí les podemos enseñar son herramientas para poder solucionar esta situación sintiendo la emoción, pero con un comportamiento, ligado a esta emoción, que sea útil. Es importante que los adolescentes conozcan sus emociones, que las normalicen, y la gestión de las emociones pasa por normalizar la situación. El problema principal es cuando nos enganchamos a una emoción sin saber la información que nos da. Y si yo tengo un comportamiento que me ayuda a salir de esa emoción, lo cojo como hábito. Por ejemplo, si yo me enfado con alguien y en el momento que le doy un puñetazo me pasa el enfado, mi cerebro está diciendo «ah, vale, la solución es dar un puñetazo a alguien, porque así me siento mucho mejor». La idea es trabajar cómo puedes sentirte mejor sin dañar a otra persona y sin dañarte a ti, tener un comportamiento más útil, pero poder sentir el enfado, porque claro, decir «no te enfades», no es útil, porque le estás diciendo «no es válido, no puedes enfadarte», y al final te acabas enfadando más».
El problema principal es engancharnos a una emoción sin saber la información que nos da. Y si mi comportamiento me ayuda a salir de esa emoción, lo cojo como hábito.
La capacidad de sobreponerse a situaciones adversas en la vida es un factor determinante en el bienestar y en la salud mental. ¿Se puede enseñar y educar en la resiliencia?
«Hay personas que nacen más resilientes que otras, pero podemos enseñar a los adolescentes a ser más resilientes, darles estrategias eficaces para enfrentarse a las múltiples situaciones que les tocará vivir, trabajar habilidades con ellos que fomenten esta resilencia.
Pero aquí también es importante la automotivación. La resiliencia no deja de ser el salir reforzado de situaciones duras y traumáticas, aprender de la situación y tirar para adelante. Si no tengo esta motivación y no veo un aprendizaje en algo que me pasa, es difícil ser resiliente, porque al final digo ¿para qué voy a ser resiliente si no veo un futuro mejor? De hecho, la humanidad se mueve y crece porque a largo plazo siempre oteamos un futuro mejor, si no, no nos moveríamos. Así que creo que también podemos enseñar cómo tener una visión optimista a largo plazo, trabajar los paraqués, la motivación, el tener un propósito, entender que de esa situación puede salir un aprendizaje... No es fácil, pero con pocas herramientas se pueden dar cambios importantes».
¿El mundo digital nos lo pone más difícil a la hora de gestionar las emociones?
«Sí, la tecnología hace más compleja esta gestión emocional, porque cuantas más relaciones tenemos más complejidad hay. Si nosotros nos relacionamos con dos o tres personas, al final podemos tener un problema con dos o tres personas, pero cuando las relaciones son con miles de personas, la complejidad emocional es mucho mayor. Por ejemplo, la empatía, esa capacidad que tenemos los humanos para ponernos en la piel del otro, para saber lo que está sintiendo, por qué hace lo que hace, se activa automáticamente cuando estamos en contacto con otra persona, a través de lo que llamamos las neuronas espejo; pero esto, con las pantallas, cuesta más, porque no hay esta conexión tan profunda, es una imagen de alguien que está allí detrás de una pantalla, a veces no hay ni la imagen, y a veces cuesta activar esta parte de la empatía.
Pero tenemos que adaptarnos, porque estamos cada vez más tiempo delante de una pantalla, no solo en la redes sociales, sino también jugando, en reuniones, en entrevistas de trabajo. Cada vez más el mundo real y el virtual se juntarán. Toda esta parte de la inteligencia emocional nos la tenemos que llevar al mundo digital. Es decir, cuando hablamos, por ejemplo, de autoconciencia, saber cómo nos sentimos cuando estamos jugando a un videojuego y alguien nos dice algo, o cómo me hace sentir cuando cuelgo una foto en Instagram, y un día tengo 20 likes y al día siguiente no tengo ninguno o tengo comentarios muy «chungos».
Debemos acompañarlos y preocuparnos de saber cómo se sienten si alguien les ha he hecho un comentario que no les gusta, si han dejado de seguirles en alguna red social, si no les han dado un like...
Se trata de gestionar las emociones dentro del mundo digital, trabajar la autoestima, la gestión de la frustración, el ser capaz de dejar de jugar en el momento que toca o dejar el móvil en casa sin que nos cause ansiedad por el miedo de perdernos algo que esté pasando, de gestionar la no inmediatez de las cosas».
¿Tenemos que aprender todavía, como personas adultas, a entender y a comunicarnos con los adolescentes y los jóvenes en un mundo tan digital?
«Yo no sé si los adultos podemos enseñar a los adolescentes a relacionarse con las pantallas, porque la mayoría de adultos no nos relacionamos bien con ellas; padres y madres con el móvil en la mano diciéndoles a su hijo que deje el móvil... ¿Qué credibilidad tenemos, por ejemplo, al decirles cómo tienen que gestionar las redes sociales, cuando nosotros no sabemos hacerlo? Ahora bien, en la parte emocional sí que podemos acompañarlos. No se trata de ser expertos en el mundo digital, sino en interesarte por su mundo y acompañarlos. ¿Cómo se sienten si alguien les ha he hecho un comentario que no les gusta, si han dejado de seguirles en alguna red social, si no les han dado un like...? Aquí sí que deberíamos estar siempre al tanto de decirles «¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?, ¿Qué te ha pasado?». Y trabajar con ellos qué pasa si no te dan un like, qué pasa si alguien te hace un comentario, trabajar la frustración, la no inmediatez..Aunque no me gusten las redes sociales, las pantallas, esto es un tema de gestión emocional, y da igual que se lo provoque un compañero en el colegio, mirando una serie, jugando a un videojuego o en las redes sociales. Aquí tenemos mucho trabajo por hacer, que es conectar con el mundo de los adolescentes, aunque no nos guste la tecnología ni las pantallas.
Aún así, todos hemos sido adolescentes y hemos tenido los mismo problemas, y seguramente nuestros padres tampoco conectaban con nosotros. Pero sí que es verdad que el mundo evoluciona mucho más rápido y los cambios se producen muy rápidamente».