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Cuando el exterior hiere demasiado

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Joves aïllats

Este contenido se publicó originalmente en SOM Salut Mental 360º el día 17/4/2024. Puedes ver el original en este enlace.

Hay personas que toman una decisión radical: aislarse físicamente y socialmente, cortando cualquier contacto presencial fuera de la familia nuclear y evitando cualquier gestión que implique salir de casa. Una decisión que arrasa con su vida y la de su familia.

El fenómeno fue conceptualizado en Japón con el término Hikikomori, creado por el psicólogo japonés Tamaki Saito en su libro Aislamiento social: una interminable adolescencia. Pero no es exclusivo de este país, y no afecta solo a personas adolescentes.

En el Centro de salud mental del Alt Maresme nos encontramos con personas, de 19 a 49 años, que están en esta situación. Normalmente, nos lo hacen saber cuando hace un año que están aisladas, pero en algunos casos llegan a los seis años. La experiencia de tratar y hablar con ellas -a pesar de que en algunos casos no hemos podido aún establecer un contacto directo-, con sus familias y con los compañeros y compañeras psiquiatras, psicólogos y médicos de familia, nos ha permitido establecer ciertas claves que nos pueden ayudar a entender el fenómeno, y que compartimos en este texto. ¿Por qué toman esta decisión? ¿Qué consecuencias puede tener en su salud física y mental? ¿Cómo les podemos ayudar?  

La amenaza del mundo exterior

El mundo exterior es percibido por estas personas como una amenaza, una potencial agresión que no se ven capaces de afrontar. Conocen el mundo exterior, han formado parte de él, a menudo con unas dinámicas muy normalizadas (signifique lo signifique esto) y con éxito social y relacional. Pero, algun o algunos episodios fundacionales les han provocado una herida tan intensa, podríamos hablar de trauma, que les ha llevado a tomar una decisión vital: no volver a exponerse nunca más para garantizar que no les volverán a herir. Son muy conscientes de que por el camino dejarán cosas que tienen mucho valor para ellos, pero han hecho un cálculo y el exterior les es insoportable.

Deciden no volver a exponerse nunca más para garantizar que no les volverán a herir, a pesar de ser conscientes de que por el camino dejarán muchas cosas importantes.

A partir de aquí, se pone en marcha un proceso que tiene dos vectores: por un lado, una aclimatación progresiva de la habitación, que lllega a ser una especie de útero que les nutre de todo; y de la otra, un deterioro físico, relacional y mental, que a su vez alimenta la brecha con el mundo exterior, con cada vez menos vínculos, intereses, habilidades y afectos. Además, es habitual que este empobrecimiento se compense con la construcción de imaginarios a veces pseudodelirantes o paranoides.

Lo que hemos constatado con las personas aisladas, y así lo expresan cuando hemos podido crear una relación de confianza, es que el aislamiento no hace menguar su sufrimiento, que se materializa en malestares físicos, tristeza, alta labilidad emocional e irritabilidad, entre otros aspectos.

El papel fundamental de la familia

Según nuestra experiencia, la familia es fundamental para la detección y el tratamiento de estas situaciones. De hecho, en el cien por cien de los casos que hemos atendido, han sido las madres las que han dado la señal de alarma, han aceptado ayuda profesional y han estado cerca de la persona de manera incondicional. El sesgo de género es indiscutible.

Antes de acercarnos a la persona, hay que hacer un trabajo familiar, y cada miembro reacciona de manera diferente, desde la rabia a la incomprensión o la indiferencia. En realidad, es un luto por aquel hijo que era y por el futuro clausurado. Las familias, normalmente, después de un tiempo de perplejidad, dan la alarma a partir de algún síntoma, como por ejemplo el consumo de drogas, la sobreexposición a las pantallas o conductas desadaptadas.

El aislamiento no hace disminuir su sufrimiento, que se materializa en malestares físicos, tristeza, alta labilidad emocional e irritabilidad.

Respecto a las pantallas, hay que pensar e investigar mucho más, pero nuestra experiencia nos indica que no es el núcleo de la cuestión y que a menudo es el único medio de contacto que tienen con el mundo exterior. Los videojuegos, a diferencia del exterior, es un mundo que controlan y en el que ellos son los protagonistas; jibarizan el mundo para poderlo asumir. El riesgo es que estos micromundos, rutinas e imaginarios acotats generen un alejamiento del principio de realidad.

Claves de la intervención con estas personas

El acercamiento que hacemos con estas personas es siempre personalizado, flexible y paciente, adaptándonos a su ritmo, siempre que no suponga un riesgo para ellas. Algunas claves de la intervención que llevamos a cabo son:

  • Ofrecer un acompañamiento a la familia.
  • Conocer y entender el contexto.
  • Hacer un acercamiento cauteloso, con paciencia y flexibilidad.
  • Aprovechar los momentos en los que las personas aisladas, sea por una crisis o por un aumento de su malestar, se abren a recibir ayuda. En esta circunstancia se tiene que ser muy ágil y rápido; la oportunidad no se suele prolongar demasiado. 
  • Evitar la tentación de forzar.
  • Cuando hay una mínima confianza, establecer pasarelas seguras al mundo exterior.
  • Trabajar de manera coordinada con el equipo de atención, el educador a domicilio y la figura de la psiquiatra, con mucha flexibilidad, tanto en el espacio como con los ritmos.

Miquel Cruz